Cine (o Sardina): breves notas audiovisuales
* Algunos apuntes sueltos, fragmentarios, emocionales y evocativos, más que críticos o interpretativos,
sobre
filmes que –a veces por demanda pedagógica de mis clases, aunque igual
por impenitente gusto cinéfilo- vuelvo una y otra vez…
Después de ser bendecido por Cinecitta y por los Oscar -tres premios en apenas cinco años por La strada (1954), Las noches de Cabiria (1957) y La dolce vita 1959)- Federico Fellini se enfrenta a la presión mediática y profesionalde continuar haciendo “obras maestras”. Una presión tal suele traer consigo, casi siempre, un producto quizás pretencioso, pero en muchos casos mediocre.
Sin embargo, con 8 ½ Fellini demostró que en ese momento se encontraba tal vez en su máximo pico creativo, pues revirtió esas exigencias en una autoreflexión, de las más profundas y complejas que ha dado el cine -y quizás el arte todo- acerca de las potencialidades, pero sobre todo las paradojas que afloran en estos ejercicios de conformación de un producto artístico: desde la impotencia ante no tener nada que contar -la “página en blanco” como “fotograma vacio”-, no saber cómo contarlo, o pensar que lo que se pretende contar -o decir, expresar, evocar- es simplemente intrascendente…
Pero más allá de esa autoreflexión como profesional, como cineasta, de ese ejercicio radical y contradictorio pero a la vez portentoso de “cine dentro del cine” -que tiene otros ejemplos también incisivos y con muy diferentes énfasis: desde El crepúsculo de los ídolos (Billi Wilder) a El estado de las cosas (Win Wender), de F de Fraude (Orson Welles) a Historias del Cine (Jean Luc Godard), de La noche americana (Francois Truffaut) hasta La rosa purpura del Cairo (Woody Allen), de Ed Wood (Tim Burton) a El jugador (Robert Altman)- lo que más me llama la atención hoy de 8 ½, es su desplazamiento y contrapunto entre lo propiamente cinematográfico y una reflexión volcada hacia lo más intimo, lo más emotivo e incluso visceral, donde el ego -seguramente inconmesurable- de Fellini, se desnuda como pocas veces, para evidenciar algunas de sus muchas grandezas y miserias, como cineasta y como humano: desde su despotismo despectivo hacia productores, actores o críticos, hasta su suerte de atracción-misoginia a las mujeres que amó o al menos le atrajeron (que fueron bastantes al parecer…) y que se expresó de manera siempre egocéntrica en otros filmes, como La ciudad de las mujeres o Casanova. Desde su grandilocuencia para crear complejas, barrocas escenografías y su enorme aunque también anárquica capacidad de director coral, hasta sus sonados conflictos con productores y financistas, algo que lo llevó posteriormente a sufrir, como pocos, esa condición entre espectacular y artística de su cine, que lo hacia presa de la necesidad de financiamientos más o menos grandes para contar decentemente sus historias.
Así, en 8 ½ el director Guido Anselmi, descarnado alter ego de Fellini caracterizado por su especie de "doble" Marcelo Mastroniani, no solo duda constantemente y hasta se muestra temeroso ante lo que tiene que enfrentar como realizador, sino que huye de ese “deber ser” del cineasta que tiene que contar una historia a toda costa, a través de una evocación infantil que lo traslada a un lugar mítico donde no tenga que verse sometido a esa presión profesional y humana; y no porque la infancia sea un lugar paradisiaco, pero si al menos es sorpresivo, inconmesurable. El mismo Fellini evocó esto muchas veces, cuando alguna vez dijo: “Pienso que de niños todos mantenemos una relación difusa, emocional y soñada con la realidad; para el niño todo es fantástico porque es desconocido, nunca visto, nunca experimentado. El mundo se presenta ante sus ojos totalmente desprovisto de intenciones, de significados, vacío de síntesis conceptuales, de elaboraciones simbólicas: es tan sólo un gigantesco espectáculo, gratuito y maravilloso…”
En esa infancia se encontraban, posiblemente, todos sus mitos: los de la inocencia por desconocer el mundo, pero también los de la represión -sexual, religiosa- o los de la incomunicación -con sus padres, con los otros-. Esa dificultad e imposibilidad de comunicación se expresa tal vez de manera radical en esos diálogos desgarrados que tiene con Luisa -su novia- o con Claudia -su actriz-fetiche- que le reclaman su incapacidad de amar, por ese ego que siempre se antepone a cualquier relación o consideración externa: autoflagelación felliniana que debió de salir muy de sus entrañas y que –además- seguramente quedaría en lo irresoluble...a pesar del filme.
Quizás por eso la metáfora del circo y los payasos a lo largo y al final de 8 ½ que tan recurrente fue en su cine -La strada, Los payasos, Amarcord...-, ese universo de espectáculo intermitente entre lúdico y triste, entre burlesco y patético que es la “desrealidad”, como el pos-neorreslista Fellini le llamaba: ¿como la vida, que en ocasiones imita al cine…?
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