La oveja negra: un símbolo en cenizas...
Minúscula fábula de Augusto Monterroso –La oveja negra– como extraña aunque tal vez efectiva parábola de varios sucesos recientes en la isla, que han quedado en una relativa penumbra: la supuesta incineración del cadáver de Orlando Zapata y la potencial partida de su madre Reina Tamayo al exilio, con familia y los restos de su hijo incluidos; macabra desactivación de un símbolo demasiado incómodo, en medio del “reformismo” raulista, de ínfimos cambios económicos y despidos masivos, geriátrico legado de su ancien régime...
En un lejano país existió hace muchos años una Oveja negra. Fue fusilada.
Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque.
Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura.
Aquí el fusilamiento de la “oveja negra” (¿primavera de 2003?) se trastoca en muerte por inanición; y la escultura pública, cien años después (¿la tan pregonada “continuidad histórica de la revolución cubana”: del siglo XIX al XXI) en cenizas ocultas: suerte de desmaterialización de un símbolo expulsado, pues a diferencia del cuento de Monterroso, se le teme como virtual y subversiva estatua pública, aunque sea hecha como tardío ejercicio de perversa techne, por esas otras ovejas comunes y corrientes…
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